Cuando hablamos de autocontrol
emocional nos estamos protegiendo de la carencia o enojo de
nuestros sinceros sentimientos.
El mal humor, por ejemplo, también
tiene su efecto; el enfado, la nostalgia y la desconfianza pueden llegar a
ser fuentes de creatividad, voluntad y comunicación; el disgusto puede establecer
una intensa fuente de motivación, especialmente cuando surge de la necesidad de
corregir una injusticia; el hecho de compartir la tristeza puede hacer que las
personas se sientan más acompañas.
La exigencia nacida de la incertidumbre, siempre
que no llegue a angustiarnos; puede alentar la creatividad.
También hay que decir que el
autocontrol emocional no es lo mismo que la abundancia de control, es decir, el
fin de todo sentimiento espontáneo que, comprensiblemente, tiene un costo
físico y mental. La gente que ahoga sus
sentimientos, especialmente cuando son muy negativos, eleva su ritmo cardíaco,
un síntoma inequívoco de hipertensión. Y
cuando esta represión emocional adquiere carácter habitual, puede llegar a
bloquear el funcionamiento del pensamiento, descomponer las funciones
intelectuales y dificultar la interacción equilibrada con nuestros semejantes.
Por el contrario, la capacidad
emocional implica que tenemos la posibilidad de optar cómo decir nuestros
sentimientos.
Daniel Goleman
Libro Inteligencia Emocional en la Empresa
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